Según Baraldi, los arcaicos jeroglíficos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos recordaban el antiguo alfabeto de los Hititas, que según él habían viajado y colonizado parcialmente a Sur
américa
dieciocho siglos antes de Cristo. Baraldi notó que en muchas placas y
láminas de oro había varios signos recurrentes: el sol, la pirámide, la
serpiente, el elefante. Particularmente, Baraldi interpretó la placa
donde estaba incisa una pirámide con un sol en su cima como una
gigantesca erupción volcánica que ocurrió en épocas remotas.
Cuando Carlo Crespi falleció, en enero de 1980, su fantasmagórica colección de arte antediluviana fue sellada para siempre, y nadie pudo admirarla nunca más. Hay muchos rumores sobre la suerte de los valiosísimos hallazgos recogidos pacientemente durante largos decenios por el religioso milanés.
Hay quienes dicen que simplemente fueron enviados en secreto a Roma y que yacen todavía en algún rincón del Vaticano.
Otras fuentes pretenden probar que el Banco Central del Ecuador compró, el 9 de julio de 1980, por la suma de 10.667.210 $, aproximadamente 5000 piezas arqueológicas de oro y plata. El responsable del museo del Banco Central del Ecuador, Ernesto Dávila Trujillo, desmintió categóricamente que la entidad del Estado haya comprado la colección privada del Padre Crespi.
Prescindiendo de la localización física actual de los hallazgos arqueológicos del Padre Crespi, quedan las fotografías y los numerosos testimonios de muchos estudiosos que prueban su veracidad.
Casi parece que alguien quiso ocultar las fantásticas piezas arqueológicas coleccionadas y estudiadas por el religioso milanés. ¿Por qué?
Con seguridad, la prueba de que pueblos antediluvianos y otros sucesivos al diluvio, pero netamente mediorientales, hayan visitado la cuenca del Río Amazonas en tiempos tan remotos y que hayan dejado una tal cantidad de maravillosos hallazgos es una verdad que podría ser incómoda. Muchos historiadores convencionales han descrito al Padre Crespi como un impostor o simplemente un visionario que mostró como auténticas láminas de oro que eran sencillamente falsificaciones o copias de otras creaciones artísticas mediorientales.
Mi opinión sobre los enormes tesoros de la Cueva de los Tayos es que son auténticos y que provienen del Medio Oriente.
Sin embargo, hay que distinguir entre algunos hallazgos en los que fueron tallados aparentes jeroglíficos y otros que son representaciones de arte sumerio, asirio, egipcio e hitita.
Estoy convencido de que antes del diluvio, los pueblos que vivían en la tierra firme correspondiente a la actual plataforma continental del continente africano (posteriormente sumergida) tenían frecuentes intercambios con los pueblos que, ya desde hacía sesenta milenios antes de Cristo, vivían en el actual Brasil. La Pedra do Ingá, estudiada a fondo por Baraldi y descrita por mí en enero del 2010, testimonia que pueblos antiquísimos describieron un evento para ellos muy importante (¿quizá el diluvio universal?) utilizando un arcaico método de escritura (¿una forma de escritura nostrática?) después de haber llegado al actual Brasil a causa de un acontecimiento fortuito.
Además, es útil recordar también el arcaico alfabeto inciso en la estatuilla (proveniente del interior del Brasil), de basalto negro que le dio el escritor Rider Haggard al explorador Percy Fawcett. Dicho alfabeto es muy similar a los signos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos.
En este sentido se pueden reconocer y describir algunas inscripciones arcaicas de los hallazgos de la Cueva de los Tayos como pertenecientes al idioma nostrático.
En cuanto a los otros hallazgos, de clara procedencia medio-oriental post-diluviana, me parece correcto considerarlos como restos de varias expediciones ocasionales que fueron llevadas a cabo a partir del tercer milenio antes de Cristo por los sumerios y sucesivamente por los egipcios, fenicios y cartagineses.
Estas conclusiones mías no están solamente apoyadas en el hecho de que se hayan encontrado restos de hoja de coca en las momias egipcias, sino sobre todo en los recientes descubrimientos en el altiplano andino, como la Fuente Magna y el monolito de Pokotia.
Queda el misterio de por qué todo aquel inmenso tesoro fue reunido en la Cueva de los Tayos y en los laberintos que se encuentran en sus profundidades.
En mi opinión, es posible que restringidos grupos de antediluvianos, sobrevivientes de la gigantesca catástrofe, una vez que desembarcaron en Suramérica, hayan querido salvar sus preciosísimas reliquias escondiéndolas luego en una gruta que consideraron segura.
En lo que concierne, por otro lado, a los pueblos medio-orientales post-diluvianos, refiriéndome particularmente a los sumerios, egipcios, fenicios y cartagineses, es posible que todo grupo viajara con especiales insignias de su estirpe y origen, que en el curso de los años se perdieron en los Andes (como es el caso de la Fuente Magna). A continuación, los antepasados de los indígenas Suhar aglomeraron esas reliquias en la Cueva de los Tayos, considerándolas objetos sagrados que debían ser reunidos obligatoriamente en un lugar considerado mágico por su tradición.
Cuando Carlo Crespi falleció, en enero de 1980, su fantasmagórica colección de arte antediluviana fue sellada para siempre, y nadie pudo admirarla nunca más. Hay muchos rumores sobre la suerte de los valiosísimos hallazgos recogidos pacientemente durante largos decenios por el religioso milanés.
Hay quienes dicen que simplemente fueron enviados en secreto a Roma y que yacen todavía en algún rincón del Vaticano.
Otras fuentes pretenden probar que el Banco Central del Ecuador compró, el 9 de julio de 1980, por la suma de 10.667.210 $, aproximadamente 5000 piezas arqueológicas de oro y plata. El responsable del museo del Banco Central del Ecuador, Ernesto Dávila Trujillo, desmintió categóricamente que la entidad del Estado haya comprado la colección privada del Padre Crespi.
Prescindiendo de la localización física actual de los hallazgos arqueológicos del Padre Crespi, quedan las fotografías y los numerosos testimonios de muchos estudiosos que prueban su veracidad.
Casi parece que alguien quiso ocultar las fantásticas piezas arqueológicas coleccionadas y estudiadas por el religioso milanés. ¿Por qué?
Con seguridad, la prueba de que pueblos antediluvianos y otros sucesivos al diluvio, pero netamente mediorientales, hayan visitado la cuenca del Río Amazonas en tiempos tan remotos y que hayan dejado una tal cantidad de maravillosos hallazgos es una verdad que podría ser incómoda. Muchos historiadores convencionales han descrito al Padre Crespi como un impostor o simplemente un visionario que mostró como auténticas láminas de oro que eran sencillamente falsificaciones o copias de otras creaciones artísticas mediorientales.
Mi opinión sobre los enormes tesoros de la Cueva de los Tayos es que son auténticos y que provienen del Medio Oriente.
Sin embargo, hay que distinguir entre algunos hallazgos en los que fueron tallados aparentes jeroglíficos y otros que son representaciones de arte sumerio, asirio, egipcio e hitita.
Estoy convencido de que antes del diluvio, los pueblos que vivían en la tierra firme correspondiente a la actual plataforma continental del continente africano (posteriormente sumergida) tenían frecuentes intercambios con los pueblos que, ya desde hacía sesenta milenios antes de Cristo, vivían en el actual Brasil. La Pedra do Ingá, estudiada a fondo por Baraldi y descrita por mí en enero del 2010, testimonia que pueblos antiquísimos describieron un evento para ellos muy importante (¿quizá el diluvio universal?) utilizando un arcaico método de escritura (¿una forma de escritura nostrática?) después de haber llegado al actual Brasil a causa de un acontecimiento fortuito.
Además, es útil recordar también el arcaico alfabeto inciso en la estatuilla (proveniente del interior del Brasil), de basalto negro que le dio el escritor Rider Haggard al explorador Percy Fawcett. Dicho alfabeto es muy similar a los signos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos.
En este sentido se pueden reconocer y describir algunas inscripciones arcaicas de los hallazgos de la Cueva de los Tayos como pertenecientes al idioma nostrático.
En cuanto a los otros hallazgos, de clara procedencia medio-oriental post-diluviana, me parece correcto considerarlos como restos de varias expediciones ocasionales que fueron llevadas a cabo a partir del tercer milenio antes de Cristo por los sumerios y sucesivamente por los egipcios, fenicios y cartagineses.
Estas conclusiones mías no están solamente apoyadas en el hecho de que se hayan encontrado restos de hoja de coca en las momias egipcias, sino sobre todo en los recientes descubrimientos en el altiplano andino, como la Fuente Magna y el monolito de Pokotia.
Queda el misterio de por qué todo aquel inmenso tesoro fue reunido en la Cueva de los Tayos y en los laberintos que se encuentran en sus profundidades.
En mi opinión, es posible que restringidos grupos de antediluvianos, sobrevivientes de la gigantesca catástrofe, una vez que desembarcaron en Suramérica, hayan querido salvar sus preciosísimas reliquias escondiéndolas luego en una gruta que consideraron segura.
En lo que concierne, por otro lado, a los pueblos medio-orientales post-diluvianos, refiriéndome particularmente a los sumerios, egipcios, fenicios y cartagineses, es posible que todo grupo viajara con especiales insignias de su estirpe y origen, que en el curso de los años se perdieron en los Andes (como es el caso de la Fuente Magna). A continuación, los antepasados de los indígenas Suhar aglomeraron esas reliquias en la Cueva de los Tayos, considerándolas objetos sagrados que debían ser reunidos obligatoriamente en un lugar considerado mágico por su tradición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario