lunes, 2 de julio de 2012

Un olor a Violetas

Tras la desastrosa guerra franco – prusiana de 1870, la reina Victoria dio asilo en Inglaterra al emperador Napoleón III, la emperatriz Eugenia y su hijo Luis. Luis fue leal a su país de adopción y se incorporo a un resurgimiento británico que iba a combatir en África del Sur. En 1870 el Príncipe fue muerto en una batalla con los zulúes y enterrado precipitadamente en la selva.
Eugenia se mostro flexible en su deseo de que el cuerpo de Luis volviera a Inglaterra y fuese enterrado en el panteón familiar, junto a su padre. En 1880 se fue a África con dos acompañantes para buscar la sepultura del príncipe e incluso pudo conseguir varios guías zulúes para que le ayudaran en la búsqueda.
Pero la selva crece muy deprisa y no hubo modo de encontrar la tumba. Sus amigos, temiendo por su salud, le decían que abandonase aquella misión, al parecer imposible, pero ella se empeño en continuar. Una mañana se adentro en la selva gritando “Parici! C’est la route!”, (“¡Por aquí este es el camino!”). Los incrédulos acompañantes la siguieron mientras corría por la espesura, sobre piedras y troncos caídos y por hierbas tan altas como su cabeza, como por un camino despejado, hasta que llego a una piedra tan rodeada de maleza que quedaba completamente oculta. Era la tumba del príncipe Luis.
A sus asombrados compañeros les dijo que la había guiado un olor a violetas. A Luis le encantaba ese olor siempre lo usaba. Ella siguió el olor a violetas hasta que se disipo, y así llego a la tumba. (Raymond Lamont Brown, Phantom Soldiers, págs. 101-02)



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